Por Alfonso Alfaro, Fon Smith y Tatiana Moro

Es posible que la última jornada de cualquier festival se presente con pena y ganas en la misma proporción. Recapitulando tras los tres días, el Bilbao BBK Live ha presentado un cartel potente en todas sus líneas con artistas importantes de cabezas de cartel, pequeñas bandas atractivas y alguna que otra mainstream para los menos melómanos. La elección de grupos puede gustar más o menos pero no ha habido grandes decepciones. El sonido ha mejorado considerablemente y en cuanto a la organización solo se puede alabar tanto al personal de seguridad como al hostelero cuya educación y actitud ha sido ejemplar. Ahora, al lío.

De la oleada de artistas australianos que invadió el sábado Kobetamendi fue Courtney Barnett la que, a pesar de comenzar en un horario temprano, se llevó el reconocimiento de asistentes y críticos. La joven, flanqueada por bajo y batería, se dispuso a hacer ver que ese rock noventero trillado del que muchos hablan ha sido devuelto a la vida con letras mordaces e irónicas. Un año ha pasado desde que le viésemos diminuta en un Pyramid Stage glastonburiense donde su timidez le pesaba ante semejante evento, en Bilbao se exhibió arrolladora y carismática, explotando esa desgana al cantar que toma velocidad cuando de acidez va el tema. Dejó entrever episodios lentos y canciones guitarreras en las que supo medir el tiempo de sus solos. Los visuales de las pantallas ganaron en originalidad a cualquier otro efecto proyectado durante la jornada, incluso a los de sus compatriotas Tame Impala.

Ataviado como un Jesucristo moderno o como un hipster según se vea, Father John Misty se convirtió en uno de los principales reclamos desde su inclusión en el cartel. Y no es para menos, Joshua Tillman es puro espectáculo, probablemente sea por ese afán de protagonismo que pudo encubar como batería Fleet Foxes. El multiinstrumentista se olvidó descaradamente de todos sus trabajos salvos los dos últimos, Fear Fun I Love You, Honeybear. Eso sí, es un canalla. Enloqueció a las primeras filas en sus bajadas del escenario y, sobre todo, cuando cayó de morros al foso donde más de una contuvo el aliento ante el tropezón del artista.

En ese momento del día tan magnífico donde el sol comienza a rozar las montañas, Tame Impala salieron a escena. Después de la experiencia previa con el ellos en el Primavera Sound, la pregunta del millón era si tanto su repertorio como su actitud iban a ser similares. Efectivamente, aunque un par de canciones diferentes, los aussies actuaron con el piloto automático. Kevin Parker no tiene lo que hay que tener para liderar una banda en solitario, si el resto de integrantes hicieran los deberes podrían convertirse en un producto más homogéneo pero la insistente necesidad de ser el centro de atención es un mal para la agrupación. El timing del horario fue perfecto para acabar de noche y que la pantalla trasera fuese más y más protagonista mientras pasaban las horas. Temas como ‘Eventually’ o ‘Feels Like We Only Go Backwards’ funcionan con excelencia por ser coreables y efectivos.

El escenario Heineken se antojaba expectante y bullicioso ante la llegada de Editors; unas primeras filas abarrotadas y alguna que otra bandera en el aire daban mayor atractivo a un escenario que, ya de por sí solo, pareció que albergaba el mejor sonido y acústica del festival. Editors, quienes han sido agraciados por la crítica internacional desde sus inicios por la fascinante voz y actuación escénica de su frontman, Tom Smith, venían a hacer su trabajo: dejar un directo impecable en el que las guitarras y los sintetizadores se fundieran con una atmósfera nebulosa, rozando lo oscuro y fantasmagórico en ciertas ocasiones. No hubo más que ver el inicio del concierto con ‘No Harm’, pelos de punta. El grupo no pecó de utilizar hits, y con el riesgo que tomaban acertaron. Bien es cierto que muchos fans y no tan fans se quedaron con las ganas de ‘An End Has A Start’, pero temas de los primeros discos como ‘Smokers Outside The Hospital Doors’ o ‘Munich’ hicieron vibrar a las gentes junto a canciones más recientes de la talla de ‘Ocean Of Night’ o ‘Marching Orders’. Mención especial al final apoteósico que nos dieron con ‘Papillon’, seguro uno de los momentos más especiales de esta edición del festival.

Inmediatamente, en el escenario Bilbao era el turno de Foals. A pesar de compartir el espacio de cabeza de cartel con Tame Impala los de Yannis Philippakis se alzaron hegemónicos como el verdadero reclamo de la jornada -también porque el horario en el que tocaban era el del grupo destacado-. No había más que observar la anticipación del público que se agolpaba en las barreras o hacía acopio del suelo sacrificando el espectáculo de Editors. Sin esperar ni un minuto, tal y como todos los artistas del festival nos tienen acostumbrados -obviando a M83-, su recital de riffs y la voz del griego desgañitándose comenzó con ‘Snake Oil’ para seguir con ‘Olympic Airways’ y la exitosa ‘My Number’. En este punto de la actuación, quien se hubiese acercado al escenario principal sólo para escuchar el hit de los británicos podría haberse marchado a valorar otras opciones, pero para sorpresa de quien escribe ni un solo pie se movió salvo para saltar y bailar. El potente sonido con el que Foals amenazaban y su rock electrizante dieron forma a un concierto sin fisuras pero, sin ser responsables de ello, el público únicamente se implicaba cuando temas como ‘Spanish Sahara’ o ‘Mountain At My Gates’ aparecían en escena. El riesgo que supuso para la organización poner a Foals en una posición tan alta fue recompensada con la mayor asistencia de los tres días de la edición del evento.

Resulta muy difícil tocar después de un cabeza de cartel, o eso deben pensar Wolf Alice. Las piernas ya empiezan a fallar y la idea de irse a casa o, en su defecto, la tienda de campaña ronda en la cabeza. Sin embargo programar a los de Londres a las 2.30 de la mañana, solapando con Soulwax y en la carpa (recuerden el mal sonido de Blood Red Shoes), era arriesgado por el posible ninguneo por parte de los festivaleros. Nada más lejos de la realidad. Ellie Rowsell y los suyos se presentaron ante un escenario casi lleno pero con el ambiente suficiente para corear sobradamente sus canciones. Tras unos pequeños ajustes de sonido en los primeros temas, la banda dio un auténtico concierto de rock. Es cierto que al ser su tercera noche seguida actuando, la frontwoman comenzaba a acusar el sobreesfuerzo en su voz, momentos en los que aprovechaba para cubrirse entre los instrumentos. Hay que decir que les sobra actitud y carisma, y en eso tienen mucho que ver tanto el batería como el guitarra solista que no paró de gesticular con cada nota que tocaba. Dejaron para el final ‘Giant Peach’, posiblemente su mejor tema para finiquitar el posiblemente mejor concierto de este año en Kobetamendi. 

Pueden leer la crónica de la segunda jornada en este enlace y de la primera aquí.