Por Judith Vives

Es fácil pensar que el mundo de la música va abocado al fracaso. Cada vez importan más los números, las ventas, un uso correcto de las redes sociales,… incluso cultivar las relaciones apropiadas pueden marcar la diferencia entre un grupo que triunfa y uno que muerde el polvo. Es muy fácil olvidarse del corazón de la música, de lo que de verdad importa y perderse en este mar de apariencias y de anhelo por el éxito efímero e inmediato. Os aseguro que cualquier persona abocada a la decepción y al conformismo respecto al nuevo «normal» recuperaría un poco la esperanza tras ver a La M.O.D.A en directo.

Tuve el placer de poder vivir su final de gira en la Joy Eslava la noche del 22 de octubre (la tercera de sus fechas en Madrid este mes y oficialmente la última de su fin de etapa), y todavía me dura el efecto de pensar que el panorama nacional tiene todas las de ganar si un grupo tan humilde y lleno de sensibilidad como La M.O.D.A está recibiendo tan buena (y merecida) acogida.

En su tercera noche consecutiva de llenazo en la Joy se notaba la anticipación respecto a la actuación del septeto de Burgos, y también había un tinte de tristeza causado por el no saber: el grupo no ha confirmado un tercer CD tras este parón, pero todo indica a que a estos chicos no les sacan del escenario ni a escobazos.

El grupo se acompañó de distintos teloneros durante cada concierto, y el sábado era el turno de Iseo. La cantante sorprendió a muchos de la audiencia con su voz rasgada y su utilización de un loop pedal (muy en vogue estos últimos años gracias en parte a Ed Sheeran, el cual llena estadios solo contando con su guitarra y esta herramienta). Aunque la mayoría de sus temas eran en inglés, se atrevió con el francés en una de sus originales y con el castellano con una versión de ‘Bésame Mucho’. Una actuación muy polifacética que sirvió para abrir boca.

Algo que ya había percibido en el Granada Sound (donde les destacamos como uno de los grupos imprescindibles del festival) es el increíble ambiente que acompaña a los burgaleses. No hubo empujones ni caras largas, todo el mundo estaba sencillamente feliz, coreando con todas sus fuerzas ‘Perder la voz cantando una canción es la mejor medicación’ y sintiendo cada desgarro de la voz de David Ruiz.

Y es que desde el momento en el que el septeto pone pie en escena, uno de los elementos que más llaman la atención es precisamente el vocalista, cuya voz parece estar a punto de romperse (alguna vez de la pena, alguna vez de pura felicidad). Es a la vez melancólica y esperanzadora, reivindicativa y pesarosa, pero sobre todo bella. Sin embargo, no es el único elemento representativo de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, si no que lo que de verdad hace que todo funcione es el entramado musical y la química que se crea en el escenario entre todos los instrumentos, algunos típicos pero bien llevados (como el bajo de mano de Jorge Mariscal) y otros no tan comúnmente vistos en el panorama indie, como el saxofón de Alvar de Pablo o el acordeón de Joselito Maravillas. Es este tejido tan fuerte y a la vez orgánico, junto con unas letras firmemente poéticas lo que separa a La M.O.D.A de otras propuestas y lo que consigue moverte, tanto por fuera como por dentro.

No hubo grandes sorpresas en cuanto al setlist. ‘Quiero quedarme a vivir en ese instante, en el que la montaña rusa llega arriba’ canta Ruiz desgañitándose en ‘Miles Davis’, la segunda canción de la noche tras la breve intro de ‘Nubes Negras’. Estoy de acuerdo contigo, David. Y quedarme a vivir en un concierto de La M.O.D.A no me parece mal manera de preservar esa sensación. Los de Burgos se rodearon de viejos amigos (Gorka Urbizo acompañándoles en ‘PRMVR’ y la telonera Iseo que echó una mano durante ‘Hay un Fuego’) y del gran Quique González, el cual se unió al septeto para ayudarles durante ‘La Cuerda Floja’ y ‘1932’. Fueron momentos especialmente bonitos de la noche ‘Disolutos’, canción en la cual la voz de David brilla aún de manera más especial al afirmar ‘Tiembla el pulso, sigo vivo’ y la versión de ‘Ojalá’ de Silvio Rodríguez con la que aportaron el toque dulce a la velada.

El concierto finalizó, como es tradición, con ‘Gasoline’, en la que tanto dentro como fuera del escenario todos nos dejamos la voz ya que sabíamos que el final de la noche significaba seguramente no un hasta siempre pero sí definitivamente un hasta pronto. Y es que en los años que llevan regalando noches así, La M.O.D.A han forjado una relación envidiable con su público, y hacen muy difícil el decir adiós.

Después de más de 300 veladas acumuladas por los de Burgos, después de darlo todo y entregarse a un público siempre receptivo, La Maravillosa Orquesta del Alcohol tiene delante un descanso más que merecido. Necesitan reposar este estado de éxito y éxtasis, meditar cuál será su próximo movimiento, y volver a dejarnos a todos con la boca abierta como hicieron con el lanzamiento de La Primavera del Invierno allá por 2015. Sin embargo, ya en su retiro nos obsequiarán con un disco en directo (con fecha prevista para antes de Navidad) donde tanto los que estuvimos en la Joy Eslava este fin de semana como los que no podremos disfrutar una vez más de su maravilloso (lo siento, ese adjetivo tenía que ser usado en esta crónica en algún momento, parece que no me conocéis) directo.