Tengo que admitir que, hasta hace más bien poco, no tenía ni idea de la carrera en solitario de Ferran Palau. Sabía de su existencia por haber tenido la suerte de poder disfrutar del directo de su otra formación, Anímic, en el Vida Festival del año pasado. Su excelente último trabajo, Skin, publicado por Bcore Disc en 2017, es suficiente aval para él y para cualquier otro miembro de su banda, así que en cuanto me lo recomendaron (¡gracias Maria!) no dudé ni un segundo en sumergirme en los dos primeros discos del catalán, L’aigua del rierol y el viaje pasional que es Santa Ferida. Estuve enganchado desde el primer momento, y no mucho más tarde la formación anunció la publicación de un nuevo álbum, Blanc.

Blanc tiene tantas similitudes como diferencias con el inmediatamente anterior trabajo de Palau, Santa Ferida. Vistos por encima, los dos discos cuentan con 9 canciones comprimidas en menos de media hora de música. Superficialmente fugaces, los dos discos revelan un mundo melancólico, intimista y casi místico al profundizar en ellos.  El propio Palau contó en una entrevista para La Vanguardia, que, en el caso de Blanc, vemos reflejado «un momento de plenitud, de felicidad», que sublima en una nota de optimismo constante que abarca todo el disco.

Si nos sumergimos en las canciones de Blanc encontramos un folk intimista, de estética cálida pero trasfondo frío, con dejes de electrónica claramente influidos por su trabajo con Anímic.  Intenso pero reservado, pasional sin sobresaltarse, el broche de oro a la música de Palau son, sin lugar a duda, sus letras. La maestría de Palau en cuanto al dominio de la lírica catalana nos abre las puertas a su propio mundo estético, como hemos dicho antes, intimista y casi místico. Palabras y expresiones que, dentro del imaginario semántico catalán, están en claro desuso por parte de la población más joven (como podrían ser «naftalina», «rajolí»,  «marcir», o «rondinar») no solo no desentonan en el total de las canciones de Palau, si no que de una forma u otra es imposible concebir su música sin ellas, y es a través de ellas que, envuelto en un halo de misterio, Ferran Palau nos abre su alma sin dejárnosla entrever del todo, como si de la portada de su disco se tratase; tapándose la cara.

No me da miedo afirmar que tengo reservado una posición en el podio para mejores discos del año a Blanc. Sí, ya sé que estamos a mediados de febrero, pero la experiencia que Ferran Palau consigue transmitir con sus canciones es emocionante y única. Un soplo de aire fresco para la música catalana, que ve en autores como Palau claros exponentes para, a través de una lírica exigente pero a la vez accesible, recuperar ese esplendor que tenía en épocas pasadas.

Por Quim Coll

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