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Que la música tiene mucha, mucha importancia en el cine es algo que creo que todos los directores, en mayor o menor medida, tienen asumido. Sin embargo, no creo que se aproveche su potencial narrativo ni que haya alcanzado aun el lugar que le corresponde. A pesar de escuchar bandas sonoras muy cuidadas y muy bien elegidas o compuestas para cada película, las canciones pocas veces son utilizadas como elemento propio de narración. No es tan frecuente que un director deje sonar dos, tres o cuatro minutos de instrumento o voz sin que medien los títulos de crédito, única y exclusivamente como parte intrínseca de la historia.
Por supuesto, hay excepciones, e incluso películas hechas con el hilo conductor de la música, como hizo Mia Hansen-Løve con Edén con el ascenso de la música electrónica en París como ‘telón de fondo’.
Pero siguen siendo excepciones.
Por eso quiero reivindicar el uso simple y efectivo que Andrew Haigh hace de la canción ‘Smoke gets in your eyes’ en 45 años. Aunque la película en líneas generales no consiguió conmoverme demasiado –a pesar de la fantástica actuación que llevan a cabo los dos protagonistas–, el baile al compás de esta canción, que suena de principio a fin, es un despliegue muy intenso de emociones en el que la pareja consigue transmitir de forma muy clara todo lo que han estado sintiendo durante 90 minutos. Sin mediar palabra y únicamente a través de las expresiones y los movimientos, la canción de The Platters conduce la película hasta el final de forma elegante y precisa.
No sé si por casualidad o si por la carga emocional que la canción pueda contener, pero fue la elegida también para dar nombre al primer capítulo de Mad Men. Con la excusa de la campaña publicitaria de Lucky Strike y el correspondiente juego de palabras, se nos presenta a un todavía joven Don Draper bebiendo un old-fashioned y siendo infiel tan solo tres minutos después de la música de inicio. Toda una declaración de intenciones.