Por Helena Malvido
Llevo varios días con un documento en blanco abierto pretendiendo escribir esta crítica, sin ningún resultado satisfactorio. Me he escuchado el disco muchas más veces de lo que me escucharía cualquier otro disco y aun así, siento que tendría que hacer un doctorado en Solange para acertar a criticar más de lo que soy capaz. Aun así, por supuesto que me he puesto manos a la obra y desde aquí le pido por favor un asiento en su mesa.
Desde su último LP True, en el que ya se apreció un gran cambio con respecto a su música anterior, Solange ha estado ocho años trabajando en A Seat at the Table. No exclusivamente, pero si como un proyecto profundo y muy personal -como se puede apreciar en el breve documental que ha publicado en YouYube, A Seat at the Table, Beginning Stages– y lo ha publicado cuando ha considerado que tanto como ella como el álbum estaban preparados. Se suma al canto del empoderamiento de la mujer negra a través de 13 canciones separadas por interludios que describen situaciones, sentimientos y consiguen que todo el disco tenga una continuidad muy fluida.
Solange se revela cansada del mundo, habla sobre lecciones que le brindaron sus padres y sus ancestros, sobre la historia de su cultura y los derechos humanos. Por si fuera poco el disco, Solange se encarga de hacerse entender cuidando los detalles al máximo. Los videoclips hasta ahora estrenados –de los cuales ya hablamos en Oceaund– y el álbum visual, cierran el círculo de lo que nos está regalando la que un día solo fue conocida por ser la hermana de Beyoncé (y eso que le escribía canciones). Una fotografía, dirección de arte y vesturario envidiables con un eje creativo claro y sobre todo, muy propios de la joven Knowles. Hasta la maquetación del álbum visual es digna de cualquier poesía contemporánea de diez.
En cuanto a la música, la producción de True en 2013 junto a Dev Hynes (Blood Orange) fue la antesala a su sonido característico actual, ritmos marcados y electrónicos, que también pueden venir de la mano de Sampha con el que colabora en este disco (entre muchos otros), muchas voces que se pierden en el infinito y notas de piano entrelazadas en medio de las melodías principales. Fusión de estilos y eso que tan bien hace de concordar los sentimientos de las letras con los ritmos y tonos. Aun siguiendo esa nueva línea, A Seat at the Table es un disco sereno que te ablanda el corazón.
Espero el directo de este disco como una muchacha medieval a su amado en la ventana, con incertidumbre y adoración.