Por Alfonso Alfaro y Carina Santiago

La celebración de un evento como BIME Live es necesaria para mantener ese hambre de festivales que últimamente caracteriza a nuestro país. Bilbao como centro neurálgico es el punto ideal para celebrar su congreso -bajo el nombre de BIME Pro- y posteriormente las actuaciones. Sin embargo, en cuanto a público  BIME Live ha demostrado haberse quedado estancado respecto a otras ediciones y, por supuesto, muy desamparado en comparación con su hermano mayor, el Bilbao BBK Live. Este descenso de los asistentes durante la jornada del viernes puede, aún todavía, convertirse en un simple espejismo que descubriremos durante este sábado.

El recinto está tal y como se dejó en el BIME Live del año anterior, con los escenarios principales en un pabellón, la zona de restauración en la calle entre dos naves y el escenario Antzerkia -teatro en euskera-. Como viene siendo habitual en los festivales del País Vasco, el BIME Live lo estrenaron una banda local y en esta ocasión el turno fue para Rural Zombies. Los guipuzcoanos se han amoldado a ese estilo post punk que tan fuerte ha pegado en el norte y lo pusieron a prueba en el escenario Heineken. Pese a que suenan bien, aún les falta algo de rodaje y madurar tanto en plano artístico como en su propuesta en directo. Por otro lado, Pablo Und Destruktion parece un tipo de otra época -o esa sensación daba la correa de leopardo de su guitarra-. El de Gijón interpreta un blues con letras protesta y satíricas que en algunas ocasiones puede parecer más relatos que canciones al uso. Salieron sin bajista pero su directo no mermó en absoluto, Pablo Und Destruktion demostró que hay esperanza para la música nacional más underground.

El concierto de Royal Blood fue un compendio de hard-rock y pinceladas de stoner rock monolítico. Su propuesta da una vuelta de tuerca al concepto de dúo cambiando guitarra por bajo pero sin perder un ápice de potencia. A pesar de las limitaciones de su puesta en escena y su repertorio, Mike Kerr y Ben Tatcher salieron a arrollar con una contundencia y una potencia encomiable consiguiendo encender al público. Los temas de su nuevo disco How Did We Get So Dark? y de su debut casan a la perfección en el setlist y consiguen que no baje el ritmo del show. Mientras el dúo británico estaba acabando su bolo, Bill Callahan tomó el escenario Antzerkia con una guitarra semi acústica y un compañero con otra, pero eléctrica. Pudo parecer rígido y frío pero esa es la pose habitual del norteamericano. Mezcló temas de su etapa como Smog y pese a que no conectó con todo el público, fue una hora de música íntima.

La posición en los carteles de Ride ha ido en sentido inverso desde que anunciaron su comeback hace tres años. Pese a que cada vez están más abajo y con tipografías más pequeñas, la banda de shoegaze ocupa en los horarios una posición privilegiada y un tiempo de actuación digno de los grupos más importantes. En el BIME Live no defraudaron, son una banda que no miente y son consecuentes con su estilo tanto si tienen que usar distorsiones como en ‘Charm Assault’ como interpretar ‘Vapour Tail’ – mucho más lenta-, lo hacen y con nota. Triunfadores del día en lo referido a la música, sin embargo otras opciones más asequibles son más celebradas en BIME Live. Para los más puristas, Einstürzende Neubauten se presentaron en el escenario Antzerkia como ese caramelizo del cartel. La banda de Blixa Bargeld no son para todos los oídos, tocan con estructuras metálicas y representan la parte más rudimentaria de la música. ¿Estuvieron bien? ¿Mal? No, simplemente son Einstürzende Neubauten.

¿Cuántas oportunidades más hay que dar a Metronomy? Firman unos discos exquisitos, cuidan la puesta en escena de manera brillante, pero son incapaces de mantener un hilo conductor que convierta sus conciertos en algo más que una sucesión de canciones sin ton ni son. La banda de Joseph Mount necesita renovarse artísticamente e involucrar más a sus compañeros de profesión en la producción del directo. Hasta que llegue ese momento, Metronomy no van a dar el salto de calidad.

Para disfrutar de Orbital hay que echar la vista atrás hacía los años noventa cuando los hermanos Hartnoll provocaron la colisión de los dos mundos y ya nada volvió a ser igual. El techno, los beats compactos pero a la vez melódicos, es decir, intelligent dance music con mayúsculas. Los ingleses ya lo han dado todo a estas alturas. El cierre lo protagonizó Kiasmos, el duo compuesto por Ólafur Arnalds y Janus Rasmussen, maestros del minimal techno más hierático y glacial. Dieron muestras sobradas de su savoir faire en un horario que no les convenía para nada.