Por Fon Smith

Domingo de concierto y desconcierto, cuántas veces lo habremos vivido. Y siempre pienso yo: ¿a quién diantres se lo ocurre sabiendo que probablemente traerás menos público? (Y así es, no olviden que estamos en España, y el domingo de mantita y peli se lo quitan a muy pocos). El caso es que a veces toca, sea por giras y la imposibilidad de que pasen por tu tierra otro día, sea por lo que fuere. Pese a ello, siempre he pensado es una bonita forma de terminar la semana en petit comité.

Esta vez fue una cita de lo más esperada en el Loco Club, afamada sala de conciertos en Valencia a la que deberás asistir algún día si eres aficionado del power pop, de la guitarra (sea clean, sea distorsionada), del soul, o simplemente de un especial clima de conciertos y tendencias que no te dejará indiferente. La propuesta del domingo era arriesgada: The Octopus Project.

Y digo arriesgada no tanto por la fama de la banda, sino por el sonido que producen. Los de Austin son quizás uno de los pilares de la electrónica experimental internacional de corte pop, muchas veces tildados de indietrónicos, otras asociados al post-rock, y otras incluso al nintendocore. Lo que sí está claro es que son únicos, con una propuesta colorida y juguetona que llevan cultivando desde principio de siglo a golpe de sintetizadores, líneas de bajo dominantes, guitarras loopeadas y un maravilloso uso solista del theremin.

The Octopus Project, quienes lamentablemente no tienen tanta tirada popular en nuestro país, han sabido pasear su concepción del directo por todo el mundo, y no han sido pocos los grandes festivales que se han atrevido a incluirlos en sus carteles (Coachella, SXSW, Lollapalooza…), además de contar siempre con el respaldo de grandes bandas como Explosions In The Sky, también tejanos por cierto. En esta ocasión, la banda cerraba su pequeña gira española tras otros seis conciertos en el país, acompañados de Siberian Wolves.

Comenzaba la velada a golpe y cañonazo de guitarra y batería, dos personas tan solo creando hasta cinco pistas que se mezclaban entre ellas creando férreos temas que defender. Muy buen uso del loop pedal, a propósito. Siberian Wolves abrieron la veda de manera original, como son ellos. Un grunge psicodélico y agresivo perfectamente acompañado de una voz solista que, a mi gusto, estaba ecualizada de ensueño con tanto reverb (algo que les caracteriza, desde luego), dando una imagen de eco en la voz de lo más interesante.

Y tras las guitarras llegaba el momento de rendirnos ante los paisajes electrónicos, ante la versatilidad de The Octopus Project en acción. El concierto sucedió de manera encandilante, con una banda que no bajó de la sexta marcha en ningún momento pese a la menor afluencia de público que en otras ocasiones en la sala. Deslumbrantes en su cierre de gira. No pasaban dos canciones tocando los 4 miembros un mismo instrumento, e hicieron al público totalmente partícipe de la actuación en diversas ocasiones, como cuando la fabulosa Toto Miranda sacaba a pasear su theremin por el público (¡hey!, ¡ya puedo decir que he tocado el theremin!).

En cuanto a su repertorio, decir que me sorprendió que le dieran tanta importancia a trabajos anteriores, que son algo menos cohesionados y vocales, y más experimentales, lo cual me fascinó. No olvidemos que el concepto The Octopus Project no deriva en música de radiofórmula tan solo, sino también en bandas sonoras para videojuegos y películas (véase ‘Kumiko, The Treasure Hunter’). Especiales, como vengo diciendo. Mezclaron y despuntaron primordialmente con temas tanto de su último trabajo, Fever Forms (2013); como del espectacular Hello. Avalanche (2007), al que me encantaríais que le pegarais una escucha pues siempre me ha parecido un referente del género.

¿Y cómo termina el concierto y gira un grupo como The Octopus Project? Pues tot per l’aire como dirían en mi tierra, destrozando el decorado que han paseado por la geografía española estas semanas, e incluso invitándonos al grupo a ser cómplices de ello. Malvados y adorables a la par, como veis.